"La idea de que la ciencia sólo concierne a los científicos es tan anticientífica como es antipoético pretender que la poesía sólo concierne a los poetas"

Gabriel García Márquez


miércoles, 18 de enero de 2012

Y la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.

Miércoles por la tarde. No había hecho más que llegar a casa cuando se encontró con un camaleón rosa chicle subiendo por la fachada de una réplica del Empire State en color verde pistacho, en escala 1:100.
Pensó que lo que le vendría bien sería escuchar una divertida canción de algún grupo étnico con toque flamenco que cantase en un idioma que ninguno de los cinco de los tres que estábamos allí supiera interpretar. Qué bonito el cielo amarillo con esas baldosas sueltas que se llenan de agua cuando llueve y salpican a los transeúntes. Qué interesante cuando el tren va lleno de señores con claveles rojos en la solapa.

Locura lo llaman, ¿quién sabe? Echó a correr sin mirar hacia delante, ¿para qué? Mientras tanto, unos dibujos animados diseñados por ordenador bailaban una extraña danza regional y el díscolo camaleón, que ahora se había transformado en una bonita zarigüeya de color gris cielo (de Pekín) le estaba empapelando la habitación con un eléctrico adhesivo de color naranja. Cuando lo tocó para admirarlo más de cerca, le dio calambre. ¡Cierto, era eléctrico! Le convenció. Le gustan las cosas que cumplen su función.

Se bañó en la playa, pensando en el por qué de los barcos, con su atronadora sirena y sus apasionantes sirenas bajo su casco, que no se lo ponía un soldado desde los días de fiesta tras la II Guerra Mundial. Que hay que arriesgar, dicen algunos, y como el que no arriesga no gana, cuidado a ver si vas a perder. Mientras, una cohorte de damiselas venidas a menos tomaban gin-tonics sentadas en la bombilla incandescente de aquel lugar oscuro. Un coche amarillo en una esquina. Los bomberos le ponen una multa por no haber rellenado el formulario sobre barajas de cartas con la cara del Rey en el reverso.

Jugándose los ahorros en un casino quiso de repente anudarse una bufanda de cuadros al cuello, no fuera a coger frío en pleno agosto. Ondea la bandera. Una persiana se sube, mientras el gato cierra las cortinas, que no le vean hacer esculturas en el salón.

Qué importan los sinsentidos si no existen en realidad. Es una absurda correlación de hechos inexplicables. 

Según para quién.

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