"La idea de que la ciencia sólo concierne a los científicos es tan anticientífica como es antipoético pretender que la poesía sólo concierne a los poetas"

Gabriel García Márquez


martes, 5 de febrero de 2013

Hop on a pink bus; yours might be the next stop


¿Has visto alguna vez un autobús rosa? Yo sí. Pasan por todas las calles, a todas horas. Hasta cuando hay huelga.
Lo normal es que no lo veas. Son grandes, son ruidosos, son ¡rosas! Pero lamentablemente, no los sueles ver. ¿Por qué?
Porque tú estás bien con los azules, con los de siempre. Te subes, te bajas, te llevan a donde tú quieres. ¿Para qué cambiar?

A veces el autobús rosa se te presenta en la puerta de casa. No hay parada, pero ahí está, esperándote. Y no tienes otra opción que subir. Tampoco tienes otra opción si el autobús rosa está en la puerta de tu madre, de tu hermana, de tu tía, de tu abuela, de tu mujer, de tu mejor amiga, de tu novia.

A veces el autobús rosa se te presenta en la puerta de casa
El autobús rosa es un autobús diferente. No solo por el color (¡es rosa!), sino por lo que pasa cuando te subes. Nunca sabes cuánto tiempo durará tu viaje. Nunca sabes dónde te bajarás. ¿Te bajarás?
Lo que sí sabes es que tu viaje en el autobús rosa será toda una experiencia. No te gustará, te marearás. Te querrás bajar, te enfadarás con el conductor ¿por qué tuvo que pararse en tu puerta? No, el autobús rosa no le gusta a nadie. Aprenderás dentro de él, del viaje, de los demás pasajeros, que como tú, han sido forzados a subir a él.  Conocerás gente, conocerás caminos, te conocerás a ti mismo. Y al final, sólo al final, sabrás de qué tipo era tu billete.

De momento el autobús rosa sigue circulando por las calles, por las carreteras. En Madrid, en Barcelona, en Londres, en Nueva York, en Bombay y en Buenos Aires. En El Cairo y en Las Vegas, en Moscú y en Mogadiscio. Está por todos los sitios y lleva gasolina para rato. No hace distinciones entre ricos y pobres, ni entre negros y blancos. No, eso al autobús rosa le da igual.
Gracias a los últimos avances e investigaciones, los viajes son cada vez más cortos, pero a ti te siguen pareciendo largos y desagradables, molestos, pésimos… los peores de tu vida.

Por eso yo te pido que te fijes cuando vayas por la calle, fíjate en estos autobuses rosas. Los verás si pones atención. No te preocupes, no te van a obligar a subir. Pero tu nombre puede estar en el siguiente billete. El tuyo o el de tu madre, el de tu hermana, el de tu tía, el de tu abuela, el de tu mujer, el de tu mejor amiga o el de tu novia.

Ten cuidado con el autobús rosa. Si no miras bien, te puede atropellar. No dejes que lo haga. Súbete a él y lucha, lucha porque todos los que viajan ahí tengan un viaje más agradable, que se mareen lo menos posible y que se olviden durante un rato de que están sometidos al inexorable curso de la biología, la ciencia y la investigación.

No te avergüences del autobús rosa, no pasa nada. Todos los que van, han ido o irán dentro, son personas. Y todas y cada una de ellas querrán bajarse cuanto antes.

Sube al autobús rosa antes de que él te vaya a esperar. Cuanto mejor te conozcas a ti mismo, mejor conocerás a los demás. Y sólo así conseguirás que el viaje sea lo menos doloroso posible.

Hop on a pink bus
Súbete a un autobús rosa. La tuya puede ser la próxima parada.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Yo no tenía ganas de reír


Para los días de nubes negras lluvia.
Yo no tenía ganas de reír,
tú reías para no llorar;
yo le guiñaba un ojo a mi nariz,
tú consolabas a tu soledad.
Yo sin ninguna escoba que vender,
tú con mil y una noches que olvidar;
a mí no me quería una mujer,
a ti se te moría una ciudad.
Tú habías perdido el último autobús,
a mí me habían echado de otro bar;
los mismos alfileres de vudú,
el mismo cuento que termina mal.
Pero quiso el cielo
bautizar el suelo
con su gota a gota
y con champú de arena
para tu melena
de muñeca rota
y tu mirada azul
me dijo a cara o cruz
y mi alma de tahur
lo puso a doble o nada.
Y los peces de colores de mis botas
y tus marchitos zapatitos de tacón
locos por naufragar
salieron a bailar
al ritmo de la lluvia sobre las capotas
el rocanrol de los idiotas.
Yo no venía de ningún país,
tú ibas camino de cualquier lugar;
conmigo no contaba el porvenir,
de ti no se acordaba el verbo “amar”.
Yo no jugaba para no perder,
tú hacias trampas para no ganar;
yo no rezaba para no creer,
tú no besabas para no soñar.
Y sin equívocos de vodevil
ni alertas rojas en el corazón
el dios de la tormenta quiso abrir
la caja de los truenos y tronó,
porque quiso el cielo
acariciar el suelo
con su gota a gota
y con champú de arena
para tu melena
de muñeca rota.
Qué disparate de
partida de ajedrez
con una partenaire
adicta al jaque mate.
Y tu bolso como un nido de gaviotas
y mi futuro con pan duro en el cajón
locos por naufragar
salieron a bailar
al ritmo de la lluvia sobre las capotas
el rocanrol de los idiotas.
Capeando el temporal
salieron a bailar
como dos locos bajo el chaparrón de notas
del rocanrol de los idiotas.
El rocanrol,
el rocanrol de los idiotas.
Como tu y como yo.
El rocanrol de los idiotas.
Se marcó la calle
con aquel detalle
de dejarnos solos.
El rocanrol de los idiotas.
Y por casualidad
comenzó a tocar
la flauta de Bartolo.
El rocanrol de los idiotas.
Go Johnny go, go, go.
El rocanrol de los idiotas.
All you need is love.
Y bailar
El rocanrol de los idiotas.
A vam ba baluba balam bam bu.
Tutti frutti.
El rocanrol de los idiotas.
Don’t worry.
El rocanrol de los idiotas.

Joaquín Sabina
"Qué disparate de partida de ajedrez con una partenaire adicta al jaque mate."

sábado, 19 de mayo de 2012

"Por la libertad"

La tarde huele a ganas de llover y el corazón late demasiado deprisa
¿por qué te tocó enamorarte de él que siempre fue un perdedor sin camisa?

Aquella noche le atravesaron al compañero de tu hermana con un balazo
Y al abrigo de las sombras, con un médico acabado, en la guarida él estaba a su lado.

Ideales de locura en su cara, enredados por completo en una tela de araña.
Tus ojos azules de mirada tan limpia le hicieron olvidar el miedo de huir…

Qué difícil es contar los pasos que se dieron por la libertad
Qué difícil es mirar los días robados, ahogados en sangre.

Sin ventanas y sin puertas el pasado se condena
Qué difícil es contar los pasos que se dieron por la libertad.


Días de angustia y de soledad después de la noticia de la última emboscada
La larga espera, los días de cárcel, la visita anual antes de Navidad
Y hoy por fin con los nervios en un puño le verás salir después de veinte años
¿A cuántos robaron la juventud y a cuántos más se los liquidaron?

Acabó la guerra pero no acabó el miedo
y por fin empezaron los abrazos más tiernos
Tus ojos azules de mirada tan limpia le hicieron olvidar el tiempo de sufrir

Qué difícil es contar los pasos que se dieron por la libertad
Qué difícil es mirar los días robados ahogados en sangre
Sin ventanas y sin puertas el pasado se condena
Qué difícil es contar los pasos que se dieron por la libertad

Qué difícil es contar, qué difícil es mirar
Por la libertad



viernes, 11 de mayo de 2012

No te rindas.


"Vivir la vida y aceptar el reto"

Por favor.

No te rindas, aún estás a tiempo
De alcanzar y comenzar de nuevo,
Aceptar tus sombras,
Enterrar tus miedos,
Liberar el lastre,
Retomar el vuelo.

No te rindas que la vida es eso,
Continuar el viaje,
Perseguir tus sueños,
Destrabar el tiempo,
Correr los escombros,
Y destapar el cielo.

No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se esconda,
Y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma
Aún hay vida en tus sueños.

Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo
Porque lo has querido y porque te quiero
Porque existe el vino y el amor, es cierto.
Porque no hay heridas que no cure el tiempo.

Abrir las puertas,
Quitar los cerrojos,
Abandonar las murallas que te protegieron,
Vivir la vida y aceptar el reto,
Recuperar la risa,
Ensayar un canto,
Bajar la guardia y extender las manos
Desplegar las alas
E intentar de nuevo,
Celebrar la vida y retomar los cielos.

No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se ponga y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma,
Aún hay vida en tus sueños

Porque cada día es un comienzo nuevo,
Porque esta es la hora y el mejor momento.
Porque no estás solo, porque yo te quiero.

Mario Benedetti

viernes, 4 de mayo de 2012

Abre los ojos

Y ahí están todos, felices, con su maldita vida de mentira. ¡Qué alegría todo! ¡Qué despreocupación!

Se engañan, se burlan de los demás, les ridiculizan.

Pero cuando les llega el momento de sufrir, cuando su preciosa y falsa vida les da un palo, de los fuertes, de los que duelen… es entonces cuando buscan a esos estúpidos "que no sabían vivir la vida" y se aferran a ellos como si fueran un chaleco salvavidas en alta mar.

Pues muy bien. Ahí estaremos para ayudarles. Que aunque "no sepamos disfrutar de la vida" tenemos el corazón preparado para lo que venga. 

"Lo que tuviera que llegar, llegaría, y ya habría tiempo de plantarle cara".

Harry Potter

domingo, 22 de abril de 2012

La soledad del poder


Basado en una historia real.


Sí, exacto, a eso se le podría llamar felicidad.

Tumbado (por fin) en la cama, reflexionaba sobre los últimos meses, que habían ido a un ritmo frenético.

30 años recién cumplidos, amigo del Ministro, una carrera profesional corta, pero impecable a sus espaldas… ¡Si es que se lo merecía! Todo lo que estudió en la universidad, las noches sin dormir, las fiestas que se perdió por sacarle un par de felicitaciones al catedrático… 
Todo tuvo su recompensa: los exámenes perfectos, (incluso el Decano le había dado la enhorabuena en una ocasión), los contactos, los contratos laborales que le llovían nada más acabar la carrera…

El rey del mundo. No se arrepentía de nada ¿por qué iba a hacerlo? Gracias a su esfuerzo estaba donde estaba. Recién llegado a Madrid, a una empresa ¡y de jefe! De hecho, habían tenido que quitar a un par de directores para ponerle a él.
No le dio pena, total, no les conocía. Además… ¿qué importaba realmente? En estos tiempos en los que muchas empresas se declaraban en suspensión de pagos, otras tantas se veían obligadas a firmar un ERE porque no se podían permitir tanta plantilla… lo que había que hacer para solucionarlo era pensar en el bien común, y para eso estaba él ahí, para eso le había dicho el ministro que tenían que despedir a Fernández y a… ¿cómo era su nombre?
Bah, ¡qué más daba! Él iba a acabar con la crisis, al menos en su nueva empresa. Se iba a comer el mundo. Entonces seguro que el Ministro estaría tan orgulloso de él que le llevaría a su propio gabinete.

Todo estaba saliendo según lo previsto. Daba una orden, y una decena de personas dejaba lo que estuvieran haciendo para cumplirla. Pedía informes a altas horas de la noche, y se los mandaban. Estaba claro, todos los problemas venían del mismo sitio: falta de autoridad. Lo que hacía falta era lo que él estaba restableciendo allí: una relación jefe-empleado vertical. ¿Qué era eso del grupo, de contrastar opiniones entre todos? Tonterías. ¿Qué iban a saber un puñado de administrativos sobre las decisiones que había que tomar? Con lo que él había estudiado el tema, imposible que supieran más. Y eso del grupo… sólo habría provocado que, en cuanto se descuidara lo más mínimo, ahí los tendría a todos, subiéndose a su chepa.
Él no había venido a Madrid a hacer amigos, había venido a solucionar un problema que el mismísimo Ministro le había encomendado y desde luego que no le iba a decepcionar.

Qué pesado todo el mundo. Su madre llamaba todos los días, ¿no entendía que estaba trabajando? Muchas veces ni se lo cogía, ¿para qué? Siempre lo mismo: “trabajas mucho, deberías salir a conocer gente, ¿no crees que te estás obsesionando?”. Aunque sus respuestas también eran siempre las mismas: “es lo que tengo que hacer, no tengo tiempo, estoy perfectamente”. Lo peor era cuando se ponía a preguntar: “¿y qué tal tus compañeros de trabajo? ¿y tus vecinos? ¿ya tienes algún amigo?”.
¿Qué importaba eso? Esas situaciones le ponían bastante nervioso. ¡Tenía 30 años y parecía que le estaban preguntando que si tenía muchos amiguitos en el cole!

Desde luego que no tenía ningún tiempo de hacer amigos. Salía temprano de casa para irse a trabajar, y estaba allí hasta tarde. Comía rápidamente en su despacho para no perder demasiado tiempo y había prohibido ir a tomar café a media mañana ¡menuda cara tenía la gente! Con la excusita, perdían 40 minutos de trabajo, por lo que decidió que nada de recreos. Con los tiempos que corrían era preciso apretarse el cinturón. Esto suscitó algo de polémica, pero lo acalló rápido. Su poder era cada vez más grande. 
Una vez acabado el trabajo en la oficina, se iba a casa, cenaba cualquier cosa y seguía trabajando. Así que no, se podría decir que no tenía tiempo de conocer gente.

Sí que es verdad que lo habían intentado. Uno de sus primeros días allí, al salir, un grupo de tres chicas y dos chicos se le acercaron, se presentaron y le dijeron que se fuera con ellos a tomar algo. Lo cierto es que ni siquiera recordaba sus nombres. Les soltó una rápida excusa y se fue rápidamente a su casa. No le inspiraban confianza: algo querrían. Había que dejar claro desde el principio quién era el que mandaba allí.
Insistieron otras dos veces más. Ahí ya no fue tan simpático. ¿No habían entendido que realmente no quería ir? Les dejó con la palabra en la boca: “menos fiestas y más trabajar, ¡hay que ver, luego la gente se extraña cuando se ve en el paro!”. Sonrió. Recordaba que en ese momento estuvo a punto de darse la vuelta y pedirles disculpas, no estaban en horario de trabajo y por tanto podían hacer lo que quisieran. Él no era nadie para decir lo que podían o no hacer. Menos mal que al final no lo hizo. Había que mantener la cabeza fría, nunca mostrar debilidad. Así se lo habían enseñado en el master en la London School of Economics.

Sí, mucho mejor así.

Pasaron los meses, y seguía igual. 

La empresa iba cada vez mejor, y se notaba que había habido un cambio de mentalidad en la dirección. Estaba realmente satisfecho con sus aportaciones, de libro, de manual, dignas de un ponente de Harvard.

Aunque una cosa era en casa y otra muy distinta en el trabajo. Ahí sus apariencias eran inmutables. Siempre serio, implacable en sus órdenes, asertivo…
Sin embargo, en casa, tras 7 meses viviendo solo, trabajando casi 18 horas diarias y sin hablar prácticamente con nadie, a veces le entraba una opresión en el pecho que le impedía seguir delante del ordenador. Se tenía que tumbar, respirar hondo y convencerse a sí mismo que era y sería el mejor empresario del país.

Estaba nervioso, y tremendamente furioso consigo mismo. Se había dado cuenta de que las reuniones con el departamento de Recursos Humanos le apetecían ligeramente más que las otras. Descubrió que no le importaba dejar de lado su gran cantidad de obligaciones para estar un rato más en el despacho de la directora. Intentaba quitarse esa idea de la cabeza. La verdad es que nunca antes había sentido nada igual, pero sabía lo que era. Y no le gustaba nada. ¡Él era su jefe! No se podía permitir ese tipo de debilidades. Para compensarlo, descargaba su ira contra el resto de empleados. Sabía que hablaban de él a sus espaldas. No le importaba. Sabían que pendían de un fino hilo, y que cuando él se hartara se irían a la calle. Así que por su propio bien, serían eficientes en su trabajo. Era lo único que les pedía… podrían mostrar algo más de agradecimiento.

Pensó en un par de ocasiones, en invitarla a cenar. Pero no, a pesar de que no quería reconocerlo, no se atrevía. Observaba todas sus idas y venidas, desde la distancia.
Notaba que su carácter se iba haciendo más sociable, hasta que de repente le entraban esos ataques de ansiedad, se cerraba en banda, y se volvía aún más arisco con todos los demás. Cuando pasaba esto, se centraba más en su trabajo, llegando a no dormir durante tres días seguidos. Se volvía mucho más exigente y sabía que en Recursos Humanos recibían quejas sobre él.

Una tarde, vino ella a su despacho: “¿qué está pasando?”, le preguntó. Él no la esperaba, así que se sintió un poco molesto. Le gustaba tener controlado lo que iba a pasar en cada momento.
Sin embargo, ella no entró a sus provocaciones, y le contó calmadamente los problemas que tenían los empleados con él, las bajas por depresión que estaban teniendo sus compañeros y le ofreció su ayuda para integrarse más entre ellos. Le comprendió, le expuso sus problemas en su misma cara. Le conocía más de lo que pensaba. 

Había conseguido lo que nadie había podido nunca: le dejó sin palabras. En ese momento, la quiso más de lo que había querido nunca a nadie. Sintió que se derrumbaban todas las fortificaciones que llevaba construyendo más de la mitad de su vida, que todos sus sentimientos afloraban, y se sintió débil e indefenso ante ella.

Se agobiaba, una vez más. Ese no era su cometido aquí, su obligación era sacar la empresa adelante, ser alguien en el mundo de los negocios, ganarse el favor del Ministro que había confiado en él.

Cuando ella se fue, estaba mareado. Tendría que tomarse la noche libre para poner en orden todos sus pensamientos.
Ya era tarde, recogería y se iría para casa. Dejaba el coche en el garaje, iría andando, para pensar. Se lo podía permitir, por un día.

Sólo quedaba él en la oficina. Y el pobre guardia de seguridad, que desde que había llegado él hacía innumerables horas extras. Pobre hombre, le daría las gracias.
Ese pensamiento le sorprendió. Quizás se podía ser igual de buen empresario siendo un poco más amable y educado, ¿no?
Exacto, eso era. Intentaría ser mejor persona.

Por ella.

Pasó al lado de la ventana para coger la chaqueta y marcharse. Había mucho sobre lo que pensar ¡iba a empezar una nueva vida! Algo le hizo detenerse: la vio.
La vio esperando en medio de la plaza, y se decidió a invitarla a algo. Ese día sí.

De repente, un chico despeinado se le acercó por detrás y la sorprendió. Ambos empezaron a reír. Él la dio un beso y se fueron juntos, de la mano.

Sintió cómo la furia se apoderaba de él, y dio una fuerte patada a la puerta de su despacho. Era de cristal: se hizo añicos. Alarmado, el guardia de seguridad acudió corriendo, e intentó saber qué pasaba. Fuera de sí, le gritó que se fuera, que se fuera de allí si no quería tener problemas muy serios. Asustado, el guardia se fue, y llamó a la Policía.

Cuando llegaron, ya era demasiado tarde. Se había dado cuenta de que no podía tener a la única persona que le hacía tener motivos para ser mejor. Se había dado cuenta de que se había quedado solo.



Solo.