"La idea de que la ciencia sólo concierne a los científicos es tan anticientífica como es antipoético pretender que la poesía sólo concierne a los poetas"

Gabriel García Márquez


martes, 31 de enero de 2012

El principio del porqué de esta locura...


Ser médico. ¿Por qué quieres ser médico? Siempre me han hecho esa pregunta desde que, recién cumplidos los cinco años se me ocurrió, inocentemente, que quería ser médico. Entonces no sabía dar una respuesta clara, era más bien una inconsciente seguridad de que iba a serlo y ya, propiciado por la lejanía del momento de decidir.
Sin embargo, conforme se acercaba el momento no solo los demás seguían haciéndome esa pregunta, sino que también me la planteaba yo misma. ¿Por qué quería ser médico?
En realidad, creo que nunca he sabido responder con certeza. Al margen del típico “no me veo haciendo otra cosa”, es evidente que he elegido esta carrera porque me gusta ayudar a la gente, y qué mejor manera de hacerlo que dedicando tu vida a los demás.
Ser médico te permite hacer más fácil la vida de las personas. Si eres un médico de los del día a día, haces un seguimiento del paciente, le conoces como persona y de esa forma consigues que su calidad de vida mejore considerablemente. No hay que olvidar a los grandes médicos que hacen operaciones y diagnósticos luchando contra el tiempo y la enfermedad y que logran devolverle la esperanza a una familia o permitir que una persona cumpla sus sueños.
Esos son los motivos por los que quiero ser médico.
Esta carrera es muy difícil y a mí me gustan los retos, por lo que en realidad aspiro a descubrir por qué quiero ser médico mientras estudio, encontrando un sentido a mi esfuerzo.

Dado que en mi familia (y en general a mi alrededor, exceptuando algunos padres de amigos) no hay nadie que se dedique a esto, la pregunta de “qué es ser médico” para mí se la dejo a los grandes de la Medicina de otros tiempos. Creo que el que mejor define el hecho de “ser médico” es Gregorio Marañón. Elegir sus palabras para contestar a esta pregunta no es para no hacer el esfuerzo de contestarla yo. Evidentemente hay numerosas opiniones (tantas como personas) que me permitirían expresar lo que se pide. Sin embargo, creo que la respuesta más completa que se puede dar es, como ya he dicho, un conocido texto de Gregorio Marañón:

Si ser médico es entregar la vida a la misión elegida.
Si ser médico es no cansarse nunca de estudiar y tener todos los días la humildad de aprender la nueva lección de cada día.
Si ser médico es hacer de la ambición, nobleza; del interés, generosidad, del tiempo, destiempo; y de la ciencia, servicio al hombre, que es el hijo de Dios.
Si ser médico es amor, infinito amor, a nuestro semejante...
Entonces ser médico es la divina ilusión de que el dolor sea goce; la enfermedad, salud; y la muerte, vida.”

Queda todavía mucho tiempo para ejercer de médico, y por tanto, al igual que aquel “¿qué quieres ser de mayor?” cuando tenía cinco años, la pregunta de “qué espero de la profesión” parece lejana. Sin embargo, creo que ahora tengo algo más de criterio que a los cinco años y que por tanto, puedo contestar a esta pregunta, aunque sea a medias.
Principalmente, elegir una profesión u otra viene dado por dónde crees que serás más feliz. Yo espero que ejercer de médico me haga feliz. ¿Por qué?
Porque lo que espero es que todo lo que estoy estudiando ahora y lo que estudiaré en el futuro (que no es poco), me sirva para descubrir la cura de enfermedades que ahora acaban con la vida de muchas personas.
Porque espero que gracias a mis conocimientos, mucha gente pueda seguir viviendo, que no tenga que depender de otras personas y en definitiva, espero aliviar un poco el sufrimiento del mundo.


Porque qué mejor manera de acabar un día de trabajo, que sabiendo que has hecho que una persona haya vuelto a sonreír.

miércoles, 18 de enero de 2012

Y la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.

Miércoles por la tarde. No había hecho más que llegar a casa cuando se encontró con un camaleón rosa chicle subiendo por la fachada de una réplica del Empire State en color verde pistacho, en escala 1:100.
Pensó que lo que le vendría bien sería escuchar una divertida canción de algún grupo étnico con toque flamenco que cantase en un idioma que ninguno de los cinco de los tres que estábamos allí supiera interpretar. Qué bonito el cielo amarillo con esas baldosas sueltas que se llenan de agua cuando llueve y salpican a los transeúntes. Qué interesante cuando el tren va lleno de señores con claveles rojos en la solapa.

Locura lo llaman, ¿quién sabe? Echó a correr sin mirar hacia delante, ¿para qué? Mientras tanto, unos dibujos animados diseñados por ordenador bailaban una extraña danza regional y el díscolo camaleón, que ahora se había transformado en una bonita zarigüeya de color gris cielo (de Pekín) le estaba empapelando la habitación con un eléctrico adhesivo de color naranja. Cuando lo tocó para admirarlo más de cerca, le dio calambre. ¡Cierto, era eléctrico! Le convenció. Le gustan las cosas que cumplen su función.

Se bañó en la playa, pensando en el por qué de los barcos, con su atronadora sirena y sus apasionantes sirenas bajo su casco, que no se lo ponía un soldado desde los días de fiesta tras la II Guerra Mundial. Que hay que arriesgar, dicen algunos, y como el que no arriesga no gana, cuidado a ver si vas a perder. Mientras, una cohorte de damiselas venidas a menos tomaban gin-tonics sentadas en la bombilla incandescente de aquel lugar oscuro. Un coche amarillo en una esquina. Los bomberos le ponen una multa por no haber rellenado el formulario sobre barajas de cartas con la cara del Rey en el reverso.

Jugándose los ahorros en un casino quiso de repente anudarse una bufanda de cuadros al cuello, no fuera a coger frío en pleno agosto. Ondea la bandera. Una persiana se sube, mientras el gato cierra las cortinas, que no le vean hacer esculturas en el salón.

Qué importan los sinsentidos si no existen en realidad. Es una absurda correlación de hechos inexplicables. 

Según para quién.